lunes, 22 de junio de 2009

Desde chiquitos mostraron la hilacha

Desde chiquitos mostraron la hilacha
Precandidatos. Algunos eran tímidos, otros pícaros, pero todos tenían algo que sobresalía


Paula Barquet

Cinco o seis décadas atrás, entre los miles de escolares y liceales, había un grupo de niños y adolescentes que no se conocía pero que tenía algo en común: en el futuro esos jovencitos aspirarían a la Presidencia.

Quizá ya desde chiquitos, influidos por sus familias. "Jorgito", como se lo conocía entre los amigos de su padre diputado, ya a los 14 años era secretario general del club político Diego Lamas, de Paysandú. Y "Cuqui" -desde niño lo llamaron así-, nieto de Herrera, ya era un líder en la escuela.

Otros no mostraban la hilacha de presidenciables todavía. "Pepe" no era carismático ni se destacaba en los estudios: era un "alumno promedio", recuerda Renzo Pi, compañero suyo en el IAVA. "Había una cosa que a los demás nos sacudía: huérfano de padre, ya mantenía a su madre y a su hermana", cuenta el antropólogo Pi.

A los 9 años, cuando cursaba tercero en la Escuela 150 de Paso de la Arena, había fallecido su padre. Desde entonces José Mujica cultivaba y vendía flores en las ferias. Aparte de ésta, no sobresalían otras características de "Pepe". No hablaba "acanariado" y se anudaba la corbata como el resto.

Cuando Danilo cursaba cuarto de primaria en el Colegio Maturana, era tan inteligente que le dieron la oportunidad de pasar directamente a sexto. Julio Porteiro, amigo suyo de preparatorios en el Seminario, lo confirma: "era brillante".

Otro que se destacaba era Pedro, alias "El abuelo". Mereció el apodo por un mechón de canas, consecuencia de un lunar en la cabeza. "Era traga, pero como siempre fue un muy buen deportista, no era el típico nerd", dice Martín Guerra, amigo dos años menor. Bordaberry hizo primaria en el Saint Andrews y secundaria en el British.

El liderazgo le valió a Luis Alberto Lacalle la categoría de "prefect" en Windsor School, hoy Ivy Thomas. Ana Durán recuerda que lo distinguieron por "simpático, líder y excelente alumno". Era un niño muy "canchero", cuya presencia se imponía, cuenta.

La abuela de Álvaro Sanjurjo, crítico de cine, vivía frente a la casa de Lacalle. Jugaban al fútbol y al poli-ladrón en la vereda. Sanjurjo recuerda que cuando pasaban por allí señoras conocidas, todos seguían jugando menos Cuqui, que decía: "esperá que voy a saludar". "Tenía una gran preocupación por su imagen ante las señoras mayores", explica.

Sobre Larrañaga, dos compañeros del colegio sanducero Nuestra Señora del Rosario coinciden en que era muy capaz aunque "un poco relajado". "A aquél no le gustaba ninguna materia pero las salvaba todas", comentan.

"Cuqui era un ganador, dos íntimas amigas estaban muertas con él", admite Durán. En la adolescencia, cuando ya iban a colegios distintos -Lacalle al Seminario- se reunían en casa de alguno de la barra. "Era un gran bailarín", señala la conductora-cocinera de Canal 10. "Después dejamos de ser del grupo porque él empezó a mirar mujeres más chicas".

Danilo Astori estaba de novio con Norma -con quien después se casó- desde los 15 años. "Te diría que no tuvo otras andanzas", arriesga Porteiro. "Siempre tuvo una vida de pareja muy disciplinada".

Igual, iban a bailar con frecuencia. Una vez, relata Porteiro, fueron a ver la película Al compás del reloj, sobre la música que en aquel momento causaba furor. Entraban gratis porque entre funciones se ponían a bailar sobre el escenario con alguna chica valiente.

El que mataba con la mirada, era Pepe. "Era bastante seductor con las chiquilinas. Decían que tenía unos ojos muy atractivos", recuerda Pi. "Tampoco es que fuera un picaflor que anduviera atrás de las gurisas", advierte. Mujica también iba a las boites, aunque no era un gran bailarín. "Dábamos unos pasos como podíamos, al ritmo. ¿Conseguir una chica? Esa era la razón por la que íbamos a los bailes", explica Pi.

Además, Mujica tocaba el piano. "Tenía una orquestita en la que intervenía en bailes de Montevideo rural, donde vivía. No era un concertista, pero tampoco un negado", aclara el antropólogo.

Pero no todos se acercaban a las chicas en aquella época. Larrañaga andaba más metido en la política y el deporte. "No era muy salidor", confiesan sus compañeros.

Bordaberry tenía éxito con las mujeres pero era "más bien timidón". "Tenía novia o no tenía nada, era muy formal", recuerda Guerra. Sólo tuvo un par de "noviazgos leves" en el liceo antes de su actual esposa.

Larrañaga era futbolero por demás. En el recreo se armaban dos bandos: los de Nacional y los de Peñarol. Larrañaga jugaba por el primero. Cuando perdía se enojaba tanto como cuando le decían por su apodo: "El oreja". "Se ponía malísimo. Siempre fue calentón y peleador", recuerdan sus amigos.

Bordaberry también se enojaba, a menudo por el deporte que practicaba sin descanso. "Pedro jugaba a lo que fuera: rugby, básquetbol, salto largo, salto alto, tenis, paleta, frontón", asegura Guerra. "Era bueno a fuerza de actitud, no de habilidad". En preparatorios en el colegio Juan XXIII, una vez su equipo iba perdiendo 3 a 0. En el entretiempo el entrenador les dijo: "El único que se corre toda la cancha es Pedro, el único que va atrás de todos los rivales es Pedro, el único que muestra buena actitud es Pedro. Y el único que no sabe jugar al fútbol es Pedro", relató Guerra.

Astori jugaba al fútbol de back izquierdo. "Tenía un físico fornido y era inteligente en el juego", afirma Porteiro. Era líder por su "empuje y firmeza en la defensa".

Lacalle también era futbolero, aunque no tanto. Y Mujica menos que menos. "Le gustaba la bicicleta. En ese entonces se entrenaba varias horas como ciclista", recuerda Pi.

"Pedro era un defensor de causas perdidas", comenta Guerra. "Era capaz de agarrarse a las piñas por proteger al cartón ligador del grupo", asegura.

Porteiro recuerda un período de exámenes en que se había peleado con Astori porque no había querido ir a una fiesta. En el examen oral de Historia, Porteiro no llegaba a tiempo y Astori llamó a la casa: estaba en camino. Preocupado, fue a la parada a esperarlo. Cuando el otro se bajó, lo tomó de la mano y fueron corriendo al colegio. "Danilo tenía miedo de que yo perdiera por llegar tarde. Un buen amigo, el enojo no era tan profundo", reflexiona.

"Cuqui era muy derecho", cuenta Durán. "Si tenía que ponerte contra la pared porque te habías portado mal, te ponía". Pero "era capaz de negociar una penitencia muy terrible de un amigo", apunta Durán.


El País Digital

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